Marzo 2020. Estalla la pandemia de coronavirus en España. Negocios, colegios y empresas cierran sus puertas y las calles se convierten en un desierto de asfalto durante meses. Los únicos que aún transitan las ciudades son los trabajadores esenciales que sostienen la actividad económica y sanitaria sobre sus hombros en la primera ola del covid-19, pero también aquellas personas que, provistos de mascarillas y carritos de la compra, forman largas colas para recoger alimentos en los distintos puntos de ayuda que se habilitan en ciudades y pueblos,  son las llamadas “colas del hambre”.

En pocos días los bancos de alimentos, parroquias y demás centros sociales, se vieron desbordados por el incremento de la demanda de alimentos. Un cuarto de millón de familias necesitaba ayuda para poder llenar su nevera y alimentarse ante la caída de las rentas por el parón de la actividad económica y la lentitud en su recuperación. La pandemia había ampliado la variedad de personas que pedían ayuda. Ya no solo acudían solicitantes en situación de pobreza severa, como en años anteriores, sino también familias enteras que antes de la crisis tenían rentas medias o bajas y parejas jóvenes que habían perdido sus empleos.